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El tren de juguete que cruzaba los volcanes. Especial

El gigante que cruzaba volcanes

El tren que conectó a la estación San Lázaro con el estado de Morelos, proyecto ferroviario que intentó conectar los dos puertos más importantes del país: Veracruz y Acapulco.
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Por ser una ruta de ferrocarril de vía angosta, los trenes de pasajeros eran pequeños y la vía medía 91 centímetros de ancho. Según Alfredo Nieves, jefe de la Mapoteca y Planoteca del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero, los anchos de vía tenían que ver con las empresas constructoras: las europeas privilegiaron las angostas y las estadounidenses, las de vía ancha.

En la jerga popular, este ramal se conoció como “el tren de juguete”. El convoy de tres carros transportaba alrededor de 60 personas por vagón y en ocasiones llevaba uno adicional para grandes bultos.

San Lázaro
La antigua estación del Ferrocarril Interoceánico, edificada en 1878, de donde salían trenes de vía angosta que cubrían la ruta México-Puebla-Veracruz y llegaban hasta el Istmo de Tehuantepec, uniendo al Golfo de México con el Océano Pacífico, desde Coatzacoalcos hasta Salina Cruz. Actualmente en toda esa zona hay varios edificios y lugares públicos: el Palacio Legislativo de San Lázaro, el Palacio del Poder Judicial de la Federación. La estación era muy grande. Según recuerda Rosa Lara, vendedora de flores en el Mercado de Jamaica, había un jardín y dentro del edificio una zona de espera con una pieza en forma de luna donde se vendían los boletos. Abordaba el tren en la estación de su pueblo, Ozumba, a eso de las seis de la tarde y llegaban a San Lázaro a la una de la madrugada.

El orden de los trenes era el siguiente: primero la locomotora, luego el carro exprés, después el carro de correos, los vagones de pasajeros de segunda clase y al final los de primera.

Los 25 kilómetros por hora de velocidad promedio que alcanzaba el tren, hacían posible apreciar el entorno rural que pasaba de clima templado a cálido.

De acuerdo con las crónicas de viaje de Reau Campbell (1895), al salir de San Lázaro, a la izquierda del vagón se veía el Lago de Texcoco, a la derecha el Peñón y una serie de árboles que rodeaban la línea del tren, a la altura de lo que hoy llamamos Calzada Ignacio Zaragoza.

Al llegar a la estación de Los Reyes se subían vendedoras de comida. Eran alrededor de 30. Los niños pegaban la oreja a la vía para saber si venía la locomotora. Al escuchar la vibración, avisaban a todos que estaba por llegar.

A finales del siglo XIX, Campbell escribió que aquí y en la estación de Ayotla se podía comprar pescado cocido. Así lo confirmó el escritor Guillermo Prieto, quien contó que en este último poblado los vendedores rodeaban el tren ofreciendo pan, tortillas, pescados blancos y aceitunas curadas a los viajeros.

“Durante los 10 minutos que se detenía el tren, uno podía comprar enchiladas con queso y cebolla, tlacoyos, gorditas, pulque en jícaras o dulces cristalizados”, relata Eduardo Meyer, quien viajaba de San Lázaro a Amecameca en compañía de sus padres y sus cinco hermanos en la década de los 50.

Avanzamos. El camino rodea lo que alguna vez fue el Lago de Chalco y comienzan a verse los volcanes: Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Dejamos atrás Tenango del Aire y algunos otros pueblos con casas de adobe y techos de paja.

Este tren permitía el desarrollo de actividades económicas a su paso. La franja de los volcanes se caracterizaba por la venta de lácteos y el arribo de turistas curiosos que iban a las ruinas arqueológicas de la zona.

Ignacio Manuel Altamirano escribió en 1880: “La temperatura desciende; un aire fresco, impregnado con leves aromas de la vegetación alpestre baña nuestros semblantes; es el aire de las montañas, el aire puro y sano”.

En tierra, el ferrocarril daban empleo a telegrafistas, boleteros, cargadores, vendedores y personal de mantenimiento de vías, según información de Alfredo Nieves.

El clima frío indica que llegamos a Amecameca, ciudad importante por el templo del señor del Sacromonte, se refiere en crónicas del siglo XIX.

Continúa el viaje por estos pueblos conocidos comúnmente como “del volcán”. Ozumba fue el punto más alto del recorrido y en adelante el camino será “de bajada”.

La estación de este lugar, recuerda la señora Rosa, no tenía techo. Sólo un cuarto de la oficina de telégrafos y otro donde se vendían los boletos. También había un tanque de agua con una manguera para abastecer a la locomotora. Primero eran máquinas de vapor y luego fueron máquinas de diésel.

Pasamos por los últimos lugares de la ruta que pertenecen al Estado de México. Nepantla por ejemplo, es célebre por ser el lugar en el que nació la décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz.

Las estaciones no estaban ahí por casualidad. Para establecerlas, un grupo de expertos estudiaba las actividades económicas de las zonas por donde pasaba el ferricarril. Así decidían los lugares óptimos para que la población se movilizara.

El clima es cálido y llegamos a la estación de Cuautla, ubicada en lo que fue el convento de San Diego e inaugurada en 1881. En la actualidad es el Museo Vivencial 279, donde se puede encontrar la máquina de vapor de vía angosta número 279 en la antigua estación del Tren Escénico.

De San Lázaro a Cuautla, el viaje redondo costaba cinco pesos.

En los años 60 y 70 se dio prioridad a la inversión en carreteras y se fueron dejando de lado los ferrocarriles. Pronto cayeron en el deterioro y la población dejó de usarlos para dar paso a los autobuses que eran rápidos en comparación con los trenes.

El último recorrido a Cuautla por la vía angosta se realizó el 11 de octubre de 1973; de él quedó testimonio en la crónica La última corrida del tren de juguete a Cuautla, escrita por Alfredo Vargas y publicada en la Revista Ferronales.

Tanto la tripulación como los viajeros lamentaban que este ramal desapareciera para dar lugar a una nueva ruta de vía ancha cuya partida sería en la estación de Buenavista.

Al día siguiente se inauguró la nueva vía ancha que partía de Buenavista. Funcionarios y políticos estuvieron presentes. Ahora el viaje se haría en tres horas, pero sin pasar por varios pueblos. Con el tiempo la estación San Lázaro quedó en el abandono y después fue demolida para construir una unidad habitacional.
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